Maestro rural palomense recibió premio de la ONU por su trabajo comunitario con niños
Julio Pereyra nació en La Paloma, Uruguay. Tiene un trastorno del espectro autista. Es Licenciado en Ciencias de la Educación y Profesor de Historia. Se considera más didacta que pedagogo. Desde 2014, recorre el nordeste argentino con su multipremiada propuesta de educación no formal: «Escuelita Ambulante Caminos de Tiza» (su logo combina y superpone la huella de un pie derecho con el mapa de Sudamérica). Lleva un guardapolvo celeste con el que lo identifican fácilmente los automovilistas que lo recogen cuando hace dedo. Los gendarmes lo llaman: «el maestro del pueblo». En la selva misionera, lidia con yararás, corales, arañas bananeras y mosquitos transmisores de la Chikunguña. Improvisa sus salones bajo los árboles; cualquier pared o puerta vieja se puede convertir en pizarrón; a veces los monos, los loros y los coatíes son testigos involuntarios de sus propuestas didácticas; alguna vez –en Cauí Porá- tuvo que suspender una clase ante la amenazante aparición de un yaguareté. Trabaja en un contexto plurilingüe. Alfabetiza a hijos de familias analfabetas. Entre otras cuestiones, su propuesta educativa integral abarca: roperos solidarios, potabilización del agua, gestión de becas, provisión de materiales ortopédicos y prevención de enfermedades, embarazo adolescente, prostitución y abuso sexual. Está convencido de que las grandes escuelas están donde los grandes maestros y no donde los grandes edificios.
El palomense Julio Pereyra hizo recientemente una encendida defensa del mundo rural latinoamericano al recibir uno de los cinco premios anuales de derechos humanos que concede la Organización de las Naciones Unidas y que hoy recogió en una ceremonia en la sede central de Nueva York.
“En los lugares que habito no solo matan las armas, mata un mosquito. Pero más genocidas son la corrupción, la desidia, la incompetencia y la ignorancia en zonas donde no hay guerras, pero sí desnutrición, mortalidad infantil y trata de personas”, dijo en su discurso, uno de los más aplaudidos.
Pereyra se instaló hace más de diez años en la triple frontera de Argentina, Paraguay y Brasil, donde su organización Caminos de Tiza se centra en integrar en la escuela a niños en extrema pobreza, discapacitados o procedentes de pueblos originarios, así como en luchar contra fenómenos como la desnutrición y los embarazos precoces.
“Elegí mi forma de activismo convencido de que cada escuela que fundo es una cárcel que no se construye, y cada tiza que gasto, una bala que no se dispara -dijo Pereyra ante la Asamblea-. Mi andar pone nombres, historias, rostros y lugares a lo que para otros son solo datos, números, una estadística. Alzo la voz por lo que todos saben, pocos dicen, y nadie escucha”, resumió.
Pereyra, que con solo 34 años acumula seis premios internacionales, dijo que para él este premio significa la posibilidad de “dar visibilidad al interior profundo de América Latina”, donde el trabajo infantil, el analfabetismo y la marginación de los pueblos indígenas no se conocen por no haber detrás un conflicto abierto. Por último, se mostró sorprendido que el gobernador de Misiones no haya aceptado recibirlo ni una sola vez, o que ningún medio argentino lo haya entrevistado al conocerse que recibiría este premio de Naciones Unidas. Pero no busca notoriedad ni protagonismo. Su petición es mucho más básica. “Yo quiero que no me maten”, concluyó.