Cuando la ficción progresista tropieza con su propio espejo

Escribe Nahuel García Rocha
En el gran teatro rochense, en el prólogo de esta tragicomedia, el departamento se presenta como un escenario donde el viento salino lleva rumores de escándalos pasados y el mate reconforta a quienes vivieron promesas incumplidas. Un antiguo elenco frenteamplista, reconvertido en guionistas de su propia leyenda, retoma hoy sus papeles con renovada vanidad e invoca la ética con la misma facilidad con que olvidan sus propias jugadas maestras.
El primero de estos ilusionistas, Aníbal Pereyra, describió en su día al hipódromo local como “esa timba para ricos que no aportaba nada a la comunidad” y, sin perder un segundo, presentó un mes después un plan de embellecimiento y “revitalización” que necesitaría sumas millonarias. ¿No es fascinante cómo algunas voces, literalmente, reinventan el valor de lo que antes desechaban?
Durante su intendencia, sus “capítulos financieros” nunca pasaron la prueba, Tribunal de Cuentas se convirtió en un implacable crítico literario de sus informes: no hubo narración, decreto ni anexo que superara sus observaciones. Ni un solo ejercicio económico aprobó sus rendiciones; cada página pedía más justificativos, como si el fantasma del desmadre fuera inseparable de su tinta.
Y mientras hablaba de cifras y balances, Pereyra organizaba una expedición triunfal a China – prometiendo turistas y billetes orientales – que culminó en un álbum de fotografías lujosamente inútiles. Aquel periplo dejó como legado la nada más absoluta: ni un mísero yuan y un silencio digno de tumba imperial.
Flavia Coelho, su corifea en esta orquesta desafinada, ensayó su propia sinfonía de contradicciones. Anunció programas de alfabetización exprés y planes de saneamiento que, en los hechos, se evaporaron como espejismos veraniegos. Sus promesas se quedaron varadas en expedientes acumulando polvo, mientras reclamaba a sus sucesores eficiencia que ella misma negó a la posteridad.
En el gran teatro nacional, el Frente Amplio celebra su moral como si fuese un trofeo intocable. Sin embargo, la caída de Cecilia Cairo del Ministerio de Vivienda retrató la hipocresía con pinceladas de escarnio: veinticinco años de deuda en Primaria y la propia titularidad de su hogar sin regularizar obligaron a su renuncia. Les supo a oxímoron: ética de vitrina, prácticas bajo llave. Ahí, en pleno escenario, el progresismo exhibió su vara doble: castigar al adversario y perdonar a los suyos.
En contraste, Alejo Umpiérrez, el aspirante nacionalista, escoge el martillo y el plano por encima del megáfono: un puente que une barrios, saneamientos que purifican vecindarios y un programa dental que devolvió la sonrisa a 13.000 rostros. Sus obras no reclaman aplausos en discursos, sino la gratitud silenciosa de quien ve su calle renovada.
¿Qué prefieren los rochenses: la filigrana retórica de quienes cambian de opinión según el viento o las obras duraderas que mejoran el día a día? Mientras unos proclaman persecución política, otros asfaltan calles. Aquello que para muchos suena a cacería política, en realidad es el disco rayado de la exigencia ciudadana.
No todo vale en política. No vale convertir viajes diplomáticos en álbumes de selfies; ni culpar a la “oposición” de la propia ineptitud; ni alabar la pulcritud ajena mientras se esconden facturas impagas. Si la transparencia fuera un espejo, ya habrían visto sus rostros al desnudo hace rato.
A ti, rochense inconforme: no te dejes embobar por epopeyas fabricadas ni por ediles que inventan villanos donde sobran protagonistas. Exige coherencia, rendición de cuentas y, por encima de todo, obras que resistan el peso del tiempo y no meras fábulas de autor.