Escuelas en llamas y el Gobierno mirando el humo
Escribe Nahuel García Rocha
El país vive un momento peculiar, mientras la educación se desarma lenta y silenciosamente frente a los ojos de todos, el presidente de la ANEP, Pablo Caggiani, parece convencido de que lo peor que puede pasar no es la violencia en las aulas, la falta de recursos o la caída del aprendizaje, sino que alguien se dé cuenta. Lo verdaderamente grave, según su lógica, no son los recortes disfrazados, el personal agotado, la ausencia de apoyos, ni los vidrios rotos de los liceos, lo grave es que lo digamos. Y entonces aparece en conferencias con ese tono tan suyo, una mezcla de serenidad zen, tecnocracia iluminada y una leve desconexión de la realidad, para afirmar que “todo está en proceso” o “no hay evidencia de deterioro”, pese a que la evidencia está escrita a spray en las paredes de los centros educativos y firmada por los propios docentes con certificados médicos.
El panorama educativo roza lo absurdo. Las escuelas piden psicólogos, maestros de apoyo, materiales básicos… y reciben a cambio frases motivacionales, comunicados evasivos y algún anuncio efervescente, de esos que suben fácil a Twitter pero no tienen forma de entrar en un salón de clase. La violencia escolar se multiplica, padres con miedo, docentes exhaustos, estudiantes atrapados entre el aprendizaje y la autodefensa. ¿Y cuál fue la respuesta estratégica de las autoridades? Más patrullaje. Según el nuevo modelo pedagógico de Caggiani, la educación se divide así, Ciencias Naturales, Matemática, Lengua… y Policía Científica. Una transformación educativa que, si sigue este ritmo, terminará colocando cámaras de seguridad como recurso didáctico.
Para completar el cuadro, la ANEP anuncia reasignaciones presupuestales que supuestamente “refuerzan la educación”. Pero no agregan un peso real. Es como invitar a comer y mover el mismo fideíto de un plato al otro para que parezca abundante. Así funciona el truco, la planilla baja, pero el discurso sube. Y por estos días, Uruguay huele a tres cosas, recorte presupuestal, violencia escolar y silencio institucional cuidadosamente calibrado. Un silencio contemplativo, casi espiritual, como si Caggiani observara un incendio en una escuela diciendo, “qué lindas las llamas… pero no tenemos presupuesto para apagar eso”.
El presidente de la ANEP llegó al cargo envuelto en un prestigio académico que prometía una revolución educativa. Las palabras eran perfectas, “prioridad”, “transformación”, “innovación”, “equidad”. Parecía una epopeya pedagógica. Pero la épica se transformó en contabilidad triste, menos recursos reales, menos cargos, menos grupos, menos apoyos. Y cuando se le señala la contradicción, aparece la palabra mágica del oficialismo técnico-burocrático, “No son recortes, son reajustes.” Que en su diccionario significa exactamente, “Hay menos plata, pero no lo vamos a admitir con elegancia.”
Mientras tanto, Caggiani pide con dignidad los recursos que él mismo sabe que necesita para sostener los programas educativos… y el Ejecutivo le responde con la generosidad de quien convida una aceituna partida al medio. El presidente de ANEP baja la cabeza, agradece y vuelve a repetir que “estamos avanzando”. La educación avanza, sí, pero hacia atrás.
Entre tanto, los docentes enfrentan aulas cada vez más complejas con menos herramientas. Se les pide contener, diagnosticar, derivar, remediar, acompañar, asistir y enseñar, todo al mismo tiempo y por el mismo salario. Si algún día cobraran por lo que realmente hacen, habría que pedir préstamos internacionales. Pero Caggiani y compañía creen que los problemas del sistema se solucionan con comunicados. Comunidad educativa, 0. Oratoria institucional, 5.
La violencia escolar también parece tener un tratamiento casi artístico. No se menciona demasiado, porque mencionarla sería admitir que existe. Y admitir que existe implicaría reconocer que la gestión no está funcionando. Así que se crean protocolos, comisiones, mesas de análisis y herramientas que nadie implementa porque no hay personal suficiente. Si a un docente lo agreden, lo primero que importa es que haya formulario, el sistema no quiere soluciones, quiere carpetas.
Mientras tanto, se nos pide que moderemos el tono, que no hablemos de crisis, que “no colaboremos con el clima”. Por supuesto, tener razón nunca ayudó a mantener la paz institucional. La diferencia es que, cuando gobernamos nosotros, no necesitábamos inventar universos paralelos. Hicimos menos ruido, pero más trabajo. La educación no mejoró por magia, pero al menos no nos dedicamos a negar la realidad para que encajara en una planilla de Excel.
El presidente de la ANEP podrá seguir diciendo que la crisis no existe, que hablar de ella es alarmista, que todo está “en proceso”, que la transformación está “en curso”. Pero mientras lo dice, el país ve otra cosa, las escuelas no mienten. Los liceos no mienten. Los maestros no mienten. La realidad tampoco.
Y cuando la realidad golpea la puerta de la educación, entra sin pedir permiso. A diferencia de la ANEP, la realidad no tiene problema en hacerse cargo. Y ahí, lamentablemente para Caggiani, no hay discurso técnico que alcance para aprobar el curso.




