Temu paga, el pueblo también

Escribe Nahuel García Rocha
Señoras y señores, compatriotas, hermanos de esta tierra que sabe de luchas y promesas incumplidas, asistimos hoy al espectáculo más curioso de la política reciente, la invención del “impuesto a Temu”. Digo espectáculo porque tiene todo el aire de un sainete mal ensayado. El Frente Amplio, con la solemnidad de los que creen haber inventado la honestidad, nos dijo en campaña, “No se crearán nuevos impuestos”. Esa frase, repetida hasta el cansancio, era su escudo y su bandera. Y ahora nos desayunamos con que Fernando Pereira, presidente de esa fuerza política, reconoce sin sonrojarse, sí, es un impuesto nuevo.
¡Qué escena! El propio Pereira, con voz firme, nos explica que el tributo está “incluido en el presupuesto” y que responde a una demanda de los pequeños comerciantes y los trabajadores. Como si el país entero hubiese clamado a gritos, “Por favor, póngannos un IVA a las compras online”.
Y el truco es fino, se toma el viejo IVA, se le pone un piso de veinte dólares, se limita a tres compras por año y se lo presenta como si fuera un acto de heroísmo económico. Casi un fusilamiento tributario en nombre de la patria. Y quien ose comprar una cuarta vez, que se atenga a las consecuencias, el dedo acusador del Frente Amplio lo señalará como enemigo del comercio local, cómplice de las baratijas chinas y traidoras a la nación.
Pero no nos confundamos, esta medida no es un gesto de nobleza, es un manotazo. Nos dicen que lo avalan “las cámaras empresariales del comercio, los pequeños comerciantes, los trabajadores del comercio local”. Y aquí la ironía se escribe sola, porque hoy esos sectores no están recibiendo alivios ni soluciones de fondo, sino apenas la promesa de que gravar a Temu será su salvación. Y mientras tanto, lo único concreto es que el costo lo paga el consumidor, convertido en chivo expiatorio de un sistema que ya no sabe de dónde sacar más recursos.
Es cierto que el comercio local necesita apoyo. Pero el apoyo no se construye con prohibiciones al vecino, sino con condiciones reales para competir. Gravar a Temu no hará que la ropa sea más barata en la tienda de barrio, ni que los precios de la tecnología bajen milagrosamente en nuestras góndolas. Lo único que hará es encarecer la vida del uruguayo común, ese que ya paga impuestos al trabajo, al consumo, a la renta, a la propiedad, a la existencia misma.
Pienso en el poema de Eduardo Galeano, “Los nadies”: “Los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada… Que no son, aunque sean.” Aquí los nadies somos los consumidores, invisibles en la ecuación, convertidos en simples cajas registradoras de la voracidad fiscal.
Y lo más llamativo, Pereira admite sin pestañear que se rompió una promesa de campaña. ¿Dónde queda la palabra empeñada? ¿En qué rincón se guarda el juramento de “no crear nuevos impuestos”? Podrían, al menos, tener la franqueza de decir, “Nos equivocamos, cambiamos de idea, necesitamos recaudar”. Pero no, prefieren disfrazar el golpe con ropajes de patriotismo comercial, como si al gravar a Temu se estuviese defendiendo Artigas en Las Piedras.
Mientras tanto, el ciudadano común observa atónito este teatro del absurdo. Porque no es Temu el problema, es el costo de vida, es la inseguridad, es la falta de oportunidades. Pero el Frente Amplio decide librar la batalla en el campo equivocado, contra un carrito de compras online. Uno casi imagina que la política se ha vuelto guardiana de la insignificancia, mientras ignora lo urgente, lo real, lo doliente.
En definitiva, este impuesto es el espejo roto de la credibilidad del Frente Amplio. Cada astilla refleja una promesa traicionada, una incoherencia asumida con cinismo, un electorado tratado como ingenuo. Y lo que es peor, lo hacen con sonrisa.
Y así quedamos, compatriotas, pagando por la cuarta compra como si fuera pecado capital, defendidos de las gangas chinas como si fueran invasiones bárbaras, y gobernados por quienes llaman virtud al incumplimiento. Pero que no se engañen, el pueblo no es un cliente cautivo ni una caja registradora con patas. Algún día, cuando el humo de la retórica se disipe, se verá con claridad que la verdadera deslealtad no fue la del consumidor comprando en Temu, sino la del gobernante que juró no meternos la mano en el bolsillo… y lo hizo igual, con una sonrisa.